Oración al Espíritu
Santo
Espíritu Santo, que te mostraste en forma de paloma al ser
bautizado Jesús y descendiste sobre Él. Sé que descendiste también sobre mí el
día de mi bautismo. Ayúdame a tomar como modelo de mi comportamiento a Jesús.
Así sea.
Del Evangelio según
San Juan
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él,
exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es
aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí,
porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con
agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu
que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía,
pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar
el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo
lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
Preguntas para
entender el evangelio
¿Quién era San Juan Bautista? ¿Cómo se describe a sí mismo en
este evangelio?
¿Cómo describe a Jesús? ¿Qué misión tenía y tiene Jesús?
¿Qué pasajes recuerdas en los que aparece Jesús quitando el
pecado?
¿Cómo quita Jesús el pecado del mundo?
Preguntas para el
examen
¿Acudo a Jesús, para que me ayude a vencer las tentaciones?
¿Recibo con frecuencia el Sacramento de la confesión, pues sé
que sólo Él puede quitar los pecados de mi alma?
¿Soy consciente de que, como a San Juan Bautista, mi
bautismo me ha convertido en testigo de Jesús? ¿Cómo hago para que mis amigos
se acerquen a Jesús?
Texto para la
meditación
Del Papa Francisco, 15 de enero de 2017.
Queridos hermanos y hermanas: En el centro del Evangelio de hoy (Jn 1, 29-34) está la
palabra de Juan Bautista: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo» (Jn 1, 29). Una palabra acompañada por la mirada y el gesto de la mano
que le señalan a Él, a Jesús.
Imaginemos la escena: estamos en la orilla del río Jordán, Juan
está bautizando; hay mucha gente, hombres y mujeres de distintas edades,
venidos allí, al río, para recibir el bautismo de sus manos.
Juan predica que el Reino de los cielos está cerca, que el
Mesías va a manifestarse y es necesario prepararse, convertirse, comportarse
con justicia. Esta gente venía para arrepentirse de sus pecados, para hacer
penitencia, para comenzar de nuevo la vida. Él sabe, Juan sabe, que el Mesías,
el Consagrado del Señor ya está cerca, y el signo para reconocerlo será que
sobre Él se posará el Espíritu Santo; de hecho Él llevará el verdadero
bautismo, el bautismo en el Espíritu Santo (cf. Jn 1, 33).
Y el momento llega: Jesús se presenta en la orilla del río,
en medio de la gente, de los pecadores –como todos nosotros–. Es su primer acto
público, la primera cosa que hace cuando deja la casa de Nazaret, a los treinta
años: baja a Judea, va al Jordán y se hace bautizar por Juan. Sabemos qué
sucede –lo hemos celebrado el domingo pasado–: sobre Jesús baja el Espíritu Santo
en forma de paloma y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3,
16-17). Es el signo que Juan esperaba. ¡Es Él! Jesús es el Mesías.
Juan está desconcertado, porque se ha manifestado de una
forma impensable: en medio de los pecadores, bautizado como ellos, es más, por
ellos. Pero el Espíritu ilumina a Juan y le hace entender que así se cumple la
justicia de Dios, se cumple su diseño de salvación: Jesús es el Mesías, el Rey
de Israel, pero no con el poder de este mundo, sino como Cordero de Dios, que
toma consigo y quita el pecado del mundo.
Así Juan lo indica a la gente y a sus discípulos. Porque
Juan tenía un numeroso círculo de discípulos, que lo habían elegido como guía
espiritual, y precisamente algunos de ellos se convertirán en los primeros
discípulos de Jesús. Conocemos bien sus nombres: Simón, llamado después Pedro,
su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan. Todos pescadores, todos galileos
como Jesús.
Queridos hermanos y hermanas: ¿Por qué nos hemos detenido
mucho en esta escena? ¡Porque es decisiva! No es una anécdota, es un hecho
histórico decisivo. Es decisiva por nuestra fe; es decisiva también por la
misión de la Iglesia. La Iglesia, en todos los tiempos, está llamada a hacer lo
que hizo Juan el Bautista, indicar a Jesús a la gente diciendo: «Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Él es el único Salvador, Él es
el Señor, humilde, en medio de los pecadores.
Y estas son las palabras que nosotros sacerdotes repetimos
cada día, durante la misa, cuando presentamos al pueblo el pan y el vino
convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este gesto litúrgico representa
toda la misión de la Iglesia, la cual no se anuncia a sí misma, la Iglesia
anuncia a Cristo, lleva a Cristo. Porque es Él y solo Él quien salva a su
pueblo del pecado, lo libera y lo guía a la tierra de la vida y de la libertad.
La Virgen María, Madre del Cordero de Dios, nos ayude a
creer en Él y a seguirlo.
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