martes, 21 de enero de 2020

2 TO A 2020


Oración al Espíritu Santo
Espíritu Santo, que te mostraste en forma de paloma al ser bautizado Jesús y descendiste sobre Él. Sé que descendiste también sobre mí el día de mi bautismo. Ayúdame a tomar como modelo de mi comportamiento a Jesús. Así sea.

Del Evangelio según San Juan
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Preguntas para entender el evangelio
¿Quién era San Juan Bautista? ¿Cómo se describe a sí mismo en este evangelio?
¿Cómo describe a Jesús? ¿Qué misión tenía y tiene Jesús?
¿Qué pasajes recuerdas en los que aparece Jesús quitando el pecado?
¿Cómo quita Jesús el pecado del mundo?

Preguntas para el examen
¿Acudo a Jesús, para que me ayude a vencer las tentaciones?
¿Recibo con frecuencia el Sacramento de la confesión, pues sé que sólo Él puede quitar los pecados de mi alma?
¿Soy consciente de que, como a San Juan Bautista, mi bautismo me ha convertido en testigo de Jesús? ¿Cómo hago para que mis amigos se acerquen a Jesús?

Texto para la meditación
Del Papa Francisco, 15 de enero de 2017.

Queridos hermanos y hermanas: En el centro del Evangelio de hoy (Jn 1, 29-34) está la palabra de Juan Bautista: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29). Una palabra acompañada por la mirada y el gesto de la mano que le señalan a Él, a Jesús.

Imaginemos la escena: estamos en la orilla del río Jordán, Juan está bautizando; hay mucha gente, hombres y mujeres de distintas edades, venidos allí, al río, para recibir el bautismo de sus manos.

Juan predica que el Reino de los cielos está cerca, que el Mesías va a manifestarse y es necesario prepararse, convertirse, comportarse con justicia. Esta gente venía para arrepentirse de sus pecados, para hacer penitencia, para comenzar de nuevo la vida. Él sabe, Juan sabe, que el Mesías, el Consagrado del Señor ya está cerca, y el signo para reconocerlo será que sobre Él se posará el Espíritu Santo; de hecho Él llevará el verdadero bautismo, el bautismo en el Espíritu Santo (cf. Jn 1, 33).

Y el momento llega: Jesús se presenta en la orilla del río, en medio de la gente, de los pecadores –como todos nosotros–. Es su primer acto público, la primera cosa que hace cuando deja la casa de Nazaret, a los treinta años: baja a Judea, va al Jordán y se hace bautizar por Juan. Sabemos qué sucede –lo hemos celebrado el domingo pasado–: sobre Jesús baja el Espíritu Santo en forma de paloma y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 16-17). Es el signo que Juan esperaba. ¡Es Él! Jesús es el Mesías.

Juan está desconcertado, porque se ha manifestado de una forma impensable: en medio de los pecadores, bautizado como ellos, es más, por ellos. Pero el Espíritu ilumina a Juan y le hace entender que así se cumple la justicia de Dios, se cumple su diseño de salvación: Jesús es el Mesías, el Rey de Israel, pero no con el poder de este mundo, sino como Cordero de Dios, que toma consigo y quita el pecado del mundo.

Así Juan lo indica a la gente y a sus discípulos. Porque Juan tenía un numeroso círculo de discípulos, que lo habían elegido como guía espiritual, y precisamente algunos de ellos se convertirán en los primeros discípulos de Jesús. Conocemos bien sus nombres: Simón, llamado después Pedro, su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan. Todos pescadores, todos galileos como Jesús.

Queridos hermanos y hermanas: ¿Por qué nos hemos detenido mucho en esta escena? ¡Porque es decisiva! No es una anécdota, es un hecho histórico decisivo. Es decisiva por nuestra fe; es decisiva también por la misión de la Iglesia. La Iglesia, en todos los tiempos, está llamada a hacer lo que hizo Juan el Bautista, indicar a Jesús a la gente diciendo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Él es el único Salvador, Él es el Señor, humilde, en medio de los pecadores.

Y estas son las palabras que nosotros sacerdotes repetimos cada día, durante la misa, cuando presentamos al pueblo el pan y el vino convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este gesto litúrgico representa toda la misión de la Iglesia, la cual no se anuncia a sí misma, la Iglesia anuncia a Cristo, lleva a Cristo. Porque es Él y solo Él quien salva a su pueblo del pecado, lo libera y lo guía a la tierra de la vida y de la libertad.
La Virgen María, Madre del Cordero de Dios, nos ayude a creer en Él y a seguirlo.

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