Espíritu
Santo, luz que iluminas las almas con la luz de Dios, ilumina mi inteligencia
en este rato de oración, ilumíname con la luz de la fe, para que crea y ame a
Dios todos los días de mi vida. Amén.
Del evangelio según san Lucas.
Una vez,
yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a
entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se
pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús,
maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos,
les dijo: «Id a
presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió
que, mientras iban de camino, quedaron limpios.
Uno de
ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y
se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un
samaritano.
Jesús, tomó
la palabra y dijo: «No han
quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien
volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate,
vete; tu fe te ha salvado».
Preguntas que ayudan a entender el
evangelio
¿Cuál es el
don más importante para Jesús, y que quiere conceder a esas almas? ¿Limpiar sus cuerpos?
¿Qué pasos
distingues en ese camino de la fe?
¿Cómo
comienza el camino de la fe para esos diez leprosos?
¿Tienen que
hacer ellos algo para recibir la curación? ¿Hacen falta obras para que nuestra
fe sea una fe viva?
¿Por qué le
pide cuentas al leproso que vuelve de la actuación de los otros nueve? ¿Qué
relación hay entre mi fe y la fe de la gente que me rodea?
¿Cómo vive
su fe el leproso del evangelio una vez curado?
Preguntas para el examen
¿Qué le
recomendarías a una persona que no tiene fe?
¿Rezas
todos los días?
¿Acudes a
Dios pidiéndole imposibles? para ti (como el leproso del evangelio), o para
otras personas que ves necesitadas o alejadas de Dios
¿Obras sólo
por intereses humanos, o también sabes actuar con fe, sabiendo que a Dios le
agradará eso que haces?
¿Te
preocupas por la fe de la gente que tienes a tu alrededor? ¿Qué haces en este
sentido?
¿Eres
agradecido, como corresponde a una persona de fe, que sabe que todo se lo ha
dado Dios?
Del Papa Francisco.
Homilía 13
de octubre de 2019
«Tu fe te ha salvado» (Lc 17,19). Es el punto de
llegada del evangelio de hoy, que nos muestra el camino de la fe.
En este itinerario de fe vemos tres etapas, señaladas por los leprosos curados,
que invocan, caminan y agradecen.
En primer lugar, invocar… Como esos
leprosos, también nosotros necesitamos ser curados, todos. Necesitamos ser
sanados de la falta de confianza en nosotros mismos, en la vida, en el futuro;
de tantos miedos; de los vicios que nos esclavizan; de tantas cerrazones,
dependencias y apegos: al juego, al dinero, a la televisión, al teléfono, al
juicio de los demás. El Señor libera y cura el corazón, si lo invocamos,
si le decimos: “Señor, yo creo que puedes sanarme; cúrame de mis cerrazones,
libérame del mal y del miedo, Jesús”. Los leprosos son los primeros, en este
evangelio, en invocar el nombre de Jesús. Después lo harán también un ciego y
un malhechor en la cruz: gente necesitada invoca el nombre de Jesús, que
significa Dios salva. Llaman a Dios por su nombre, de modo directo,
espontáneo. Llamar por el nombre es signo de confianza, y al Señor le gusta. La
fe crece así, con la invocación confiada, presentando a Jesús lo que somos, con
el corazón abierto, sin esconder nuestras miserias. Invoquemos con confianza
cada día el nombre de Jesús: Dios salva. Repitámoslo: es rezar, decir
“Jesús” es rezar. La oración es la puerta de la fe, la oración es la
medicina del corazón.
La segunda palabra es caminar. Es
la segunda etapa… Se curan al ir a Jerusalén, es decir, cuando afrontan un
camino en subida... La fe hace milagros si salimos de nuestras certezas
acomodadas, si dejamos nuestros puertos seguros, nuestros nidos confortables. La
fe avanza cuando vamos equipados de la confianza en Dios, con el amor humilde y
concreto, con la paciencia cotidiana, invocando a Jesús y siguiendo hacia
adelante.
Hay otro aspecto interesante en el camino de los
leprosos: una vez curados, nueve se van y sólo uno vuelve a agradecer. Entonces
Jesús expresa toda su amargura: «Los otros nueve, ¿dónde están?» (v. 17). Casi
parece que pide cuenta de los otros nueve al único que regresó. Es verdad, es
nuestra tarea hacernos cargo del que ha dejado de caminar, de quien ha perdido
el rumbo: todos nosotros somos protectores de nuestros hermanos alejados. Somos
intercesores para ellos, somos responsables de ellos, estamos llamados a
responder y preocuparnos por ellos. ¿Quieres crecer en la fe? Tú, que hoy estás
aquí, ¿quieres crecer en la fe? Hazte cargo de un hermano alejado, de una
hermana alejada.
Invocar, caminar y agradecer: es la
última etapa. Sólo al que agradece Jesús le dice: «Tu fe te ha
salvado» (v. 19). No sólo está sano, sino también salvado. Esto nos dice
que la meta no es la salud, no es el estar bien, sino el encuentro con Jesús.
La salvación no es beber un vaso de agua para estar en forma, es ir a la
fuente, que es Jesús. Sólo Él libra del mal y sana el corazón, sólo el
encuentro con Él salva, hace la vida plena y hermosa. Cuando encontramos a
Jesús, el “gracias” nace espontáneo, porque se descubre lo más importante de la
vida, que no es recibir una gracia o resolver un problema, sino abrazar al
Señor de la vida. Y esto es lo más importante de la vida: abrazar al Señor de
la vida.
Es hermoso ver que ese hombre sanado, que era un
samaritano, expresa la alegría con todo su ser: alaba a Dios a grandes gritos,
se postra, agradece (cf. vv. 15-16). El culmen del camino de fe es vivir dando
gracias. Podemos preguntarnos: nosotros, que tenemos fe, ¿vivimos la jornada
como un peso a soportar o como una alabanza para ofrecer? ¿Permanecemos
centrados en nosotros mismos a la espera de pedir la próxima gracia o
encontramos nuestra alegría en la acción de gracias? Cuando agradecemos, el
Padre se conmueve y derrama sobre nosotros el Espíritu Santo. Agradecer no es
cuestión de cortesía, de buenos modales, es cuestión de fe. Un corazón que
agradece se mantiene joven. Decir: “Gracias, Señor” al despertarnos, durante el
día, antes de irnos a descansar es el antídoto al envejecimiento del corazón,
porque el corazón envejece y se malacostumbra. Así también en la familia, entre
los esposos: acordarse de decir gracias. Gracias es la palabra más sencilla y
beneficiosa.
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